Mario C. Gentil / 24.03.2022
La última película, cinta de Pan Nalin ganadora de la Espiga de Oro en la última edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI), ya está en cines. No ha tenido tanta repercusión publicitaria, pero superó a otros grandes títulos presentados en el festival como Libertad, La peor persona del mundo, El acontecimiento, Un héroe o Compatimento nº 6.
La obra comparte título, al menos en su traducción al español (no así, y acertadamente, en su nombre original), con la obra cumbre de Peter Bogdanovich, pero es, esencialmente, un Cinema Paradiso versión india, con guion del propio Pan Nalin y una excelente fotografía de Swapnil S. Sonawane.
El filme es un grandísimo homenaje al cine, realizado con mucha delicadeza, calor y color. Un niño de un pequeño poblado entorno a una parada de tren va a su primera proyección de cine y queda ensimismado con las imágenes que se proyectan, y especialmente con la luz. Son numerosos los planos que poseen una belleza lírica, aprovechándose tanto del paisaje como de la colorida cultura india. Pero hay también hay esos mismos instantes dados de forma íntima, esos momentos del ser contemplador en donde la película verdaderamente se proyecta.
En esta cinta se da un repertorio de muchos de los elementos que van de la mano del séptimo arte, como son el trabajo colectivo, las relaciones de amistad, la adoración por la luz y las imágenes, la creatividad, las ganas de contar historias, la resolución de problemas, el sacrificio o el lanzarse a la aventura. Y además, se recoge un momento histórico en el cine y que poco se ha utilizado en las últimas historias que se cuentan sobre él: el proceso del cambio del celuloide a la digitalización. Y va más allá, del reciclado del material anterior ahora inservible, que a modo de paso a la otra vida, se transforma para dar cuerpo a otros nuevos objetos. Es preciosa la metáfora que aquí se recoge y cómo la termina de perfilar en su final, digna de levantarse y aplaudir, y que es entendible que a toda persona cinéfila cautive.
Narrativamente la película también tiene bastante potencia, y eso que lo que más me chirría de la obra es el montaje acelerado que tiene en algunas partes concretas, con una voz en off mientras se suceden los planos, que más parece un tráiler en dichas ocasiones. Pero pese esto, y pese a que también se adivina varias veces lo que va a ocurrir, la película funciona. Una vuelta de tuerca a estos momentos de montaje, para casarlos más con el constante lirismo que posee, hubiesen elevado un nivel más la película, que aun así nos conquista por oleadas de buen cine.
Los actores están a la altura, especialmente tres: Bhavin Rabari (Samay), Bravesh Shrimali (Fazal) y Dipen Rival (padre de Samay). Los niños en su conjunto, con tanta energía e inventiva, y las constantes sonrisas, dan mucho espíritu a la historia. También está aquí esa mirada india tan atrayente, profunda y a veces enigmática de los ojos negros de sus nativos, que parecen albergar a veces una cantidad rebosante de sentimientos.
Es por lo tanto también un retrato de la India, no a lo mejor en un profundísimo nivel de exposición, pero sí cercano, dándonos retazos de su cultura popular, de sus paisajes, su gastronomía o sus tipos de conductas, y alejado del fuego artificial del espectacular y a veces incalificable Bollywood.
Si no estás en un momento de tu vida en el cine te ocupe bastantes horas, La última película te moverá cosas por cambiar esto. Si estás en un momento de enamoramiento con este arte, es una obra que te alentará a amarlo todavía más.