Mario C. Gentil / 26.11.2022
João Pedro Rodrigues, en su fantasía musical Fogo Fátuo (2022, Portugal-Francia) presentada en la Sección Oficial del Festival de Sevilla, construye una obra que, como dos sierpes apareándose, está en un constante movimiento de vórtice, pero siempre en torno a dos opuestos que se relacionan, con un carácter artístico, sexual y político. Este sueño de película parte de una distopía: el Rey de Portugal yace en su lecho de muerte en el año 2069 (recuerden que en Portugal no hay monarquía desde 1910). En esa sala con la luz blanca de un Dreyer contemporáneo, el minimalismo surreal de Bergman, pero donde hay un cuadro regio en el que se hace juego con la colonización y con la propia historia que vamos a ver, y donde resulta todo en un conjunto espacial futurista que remite a 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), un niño, su nieto, juega con un coche de bomberos sobre el cuerpo del abuelo fallecido.
Después de este prólogo empieza el verdadero teatro musical, el gran acto, en el que vemos la juventud de Alfredo, un heredero a rey que se siente interpelado por el deber de ayudar al ver el incendio que azota a su país, que irónicamente puede tener origen en el Bosque Real. En el comedor de la familia, la disposición escénica, con una doble puerta que nos hace de telón, configura la escena teatral que retrata jocosamente a gente que vive en una burbuja, acobijados en otra época, que mantienen algo que ya no se sostiene. El joven quiere salir de ahí, unirse a su tiempo. Tras cerrarnos las puertas para preservar una última intimidad de la familia, entramos de lleno en el cuerpo de la historia, en el cuerpo de bomberos. Es entonces cuando el juego, la danza, la ironía contemporánea e histórica, política y racial, de clase social y sexual, se libera por completo. El colorismo, el contraste, la tactilidad de los cuerpos, toma aquí el protagonismo, con una pulsión musical que remiten casi a un cuento, a una fábula, a una leyenda cantada por un juglar. La teatralidad explícita pero cerrada de la escena de comedor se abre aquí por completo, y la pintura que antes se asomaba toma ahora forma barroca, de tramoya, corporal, escultórica. Los elementos que se han lanzado al principio no paran ahora de gravitar y danzar los unos con los otros, y sobre todo este sistema binario, una estrella doble que gravita en torno a un eje central: una historia de amor.
Pero la cinta, pese al ofrecimiento visual de sus formas, y a lo cíclico e interrelacionable de sus ingredientes, es más intuitiva que explícita, hace más preguntas que resoluciones. Esto va de la mano con el secreto que se llevan los corazones a la tumba, en este caso el imaginario Rey Alfredo de Portugal, que representaba a la corona, pero que amó posiblemente más al cuerpo de bomberos, al cuerpo de un bombero, y al fuego de su calor. Esto es ya una interpretación de un cuento imaginario; pero son con interpretaciones, al fin y al cabo, con las que el cineasta João Pedro Rodrigues nos invita a completar este rico y vitalista espectáculo audiovisual.
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