Mario C. Gentil / 10.05.2022
Siguiendo el repaso de las obras a seguir de este pasado año, una sin duda de las que llamó mucho la atención en el panorama cinematográfico nacional fue Espíritu sagrado. La ópera prima de Chema García Ibarra, cineasta debutante este 2021 en el Festival de Sevilla, es una cinta bastante atípica, que mezcla surrealismo con ironía, que se enmarca en una España profunda de un misticismo sorprendentemente realista, y que tiene detrás un fondo bastante oscuro y pesimista.
La historia se sitúa en Elche (localidad de origen del director), en un grupo de personas que asisten a un club de ufología llamado “OVNI Levante”. A su vez, una niña de la ciudad lleva 20 días desaparecida, y seguimos la vida de su madre y su hermana gemela en estos días recientes a la pérdida.
La película sobresale en varios apartados. Uno de ellos es el guion, donde el cineasta parido por la ECAM, aparte de dirigir, es también el creador de su escritura. La cinta, que te hipnotiza desde el inicio mediante sus personajes, la disposición de las escenas y la peculiaridad de la trama, está bien desarrollada, consiguiendo aunar la singularidad temática con una construcción que nos suscita un profundo interés por el suspense de la historia. Además, ensambla las actuaciones amateurs del elenco actoral con esta historia excéntrica, en la que esa inexperiencia de los actores es un refuerzo, más que un obstáculo, y sirven para imbuirse en esas connotaciones de ingenuidad, realismo y extrañeza que tiene la cinta.
El diseño de producción, a cargo de Leonor Díaz Esteve, es también fabuloso, donde el llamativo aparato y muy ecléctico mundo «illuminati» no descentra la mirada, ni deja la sensación de algo fuera lugar, sino que, pese a la atracción que crea, sirve para aportar un realismo mediterráneo, que con su luz propia, le adereza un toque de oscuridad mayor a la obra. A la cinta se le imprime oscuridad con luz, realismo con una temática de pseudociencia, y credibilidad pese a la evidente inexperiencia de los actores, lo cual me parece todo muy meritorio, a la vez de saber utilizar bien los medios para adecuarlos a una temática muy concreta.
A la lúcida y luminosa fotografía de Ion de Sosa, se le suma también una buena utilización de la música, que está bien elegida, y mantiene, o a veces aumenta, esa intriga subyacente. La sobriedad de los planos también es otro elemento para destacar, pues se respira armonía, sobriedad y templanza en los encuadres. La película da en ese sentido una sensación de nitidez, que radiografía a los personajes que se ven expuestos ante la evidencia de su propia ingenuidad.
Las transiciones entre escenas son buenas, con un montaje que confluye en la misma dirección que tira la película. Además, se utilizan bien los recursos materiales para que nos sirvan de elipsis narrativa.
Desde luego, la obra tiene un estilo personal, bastantes elementos bien aplicados, consigue entretenernos, interesarnos, sorprendernos y gratificarnos. Queda justificada, o incluso corta, en mi opinión, la publicidad que la película ha tenido, pues con un poco más de marketing y distribución, es una obra que hubiese conectado con una mayor sección de público que el cinéfilo que se haya interesado en descubrirla. Y en consecuencia, se me hace injusto el poco espacio que ha tenido en las carteleras, que apenas sobrepasó la semana en los cines españoles que se atrevieron a proyectarla.
Pero a buen seguro hay que reconocer la buena labor de su director, que une su nombre a esta nueva hornada de jóvenes cineastas españoles que vienen haciendo muy buen cine en los últimos años. El futuro de nuestro cine es alentador.
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