Mario C. Gentil / 11.02.2022
Belfast, estrenada en cines en España recientemente y agasajada con varios premios y nominaciones internacionales, es la última cinta de Kenneth Branagh, en la que también realiza el guion.
La película está ambientada en la Irlanda del Norte de finales de los 60 en los que la violencia, el odio y la intolerancia religiosa provocaban revueltas bastante extremas que eran el pan de cada día de una sociedad casi al borde de una guerra civil entre las facciones católicas y protestantes. Y nos sitúa como protagonistas a una familia protestante integrada desde hace muchos años en un entrañable barrio obrero de mayoría católica.
Es un filme que tiene un fuerte tratamiento clasicista. La fotografía en blanco y negro de Haris Zambarloukos es sensacional y ahonda en esa sensación. A su vez, los pequeños homenajes al cine clásico son obvios, así como los símiles antibelicistas de las películas con las que el joven protagonista queda anonadado como El hombre que mató a Liberty Valance, Solo ante el peligro o la serie de Star Trek. También hay cierto regusto clásico en esas calles norirlandesas, de evidente recreación en un estudio, pero que por ello incluso ganan en encanto. La película se ve acompañada por la banda sonora de Van Morrison, que se adecua al clima de la cinta.
La película, en todos sus apartados, desde su diseño de producción hasta sus personajes, están hechos con cariño y para gustar. Y lo cierto es que lo logran y con nota. Pero al mismo tiempo tiene un claro mensaje de memoria histórica y una denuncia a la irracionalidad de aquella época en el país.
También nos habla de los problemas familiares de la clase obrera, de las figuras de padres, madres y abuelos y sus roles dentro de la familia. Así como el clima de ayuda vecinal y el fuertemente arraigado sentimiento de pertenencia para con un lugar.
Posee unos personajes creíbles y que transmiten simpatía pese a que caen en cierta forma en los estereotipos. Pero están tan bien ejecutados todos que el efecto me gana y me contenta. Especial atención al personaje del niño (Jude Hill), que es en el que se nos pone la mirada, que es tratado con un encanto particular, y que probablemente con el tiempo cuando se nos olvide la película en su conjunto, no se nos olvidará Buddy y sus películas, su luna o su enamorada.
El filme está igualmente bien construido narrativamente, manteniendo siempre un mismo tono, siendo esto un elemento positivo, y no tiene momentos en los que la peli decaiga o pierda interés.
Belfast es un relato de una bella factura, que toca unos temas aún en cicatrización, con un sencillo y bonito mensaje de tolerancia.