Mario C. Gentil / 26.06.2022
El segundo largometraje de Saeed Roustayi ya está en los cines españoles desde el pasado viernes. Producida en 2019, por diferentes razones no ha llegado a nuestras salas hasta ahora. Se trata de un thriller policiaco ambientado en Teherán y donde vemos tanto el narcotráfico como el submundo de la policía iraní.
Una brigada policial, en la que dos agentes aspiran al puesto de comisario, lleva años tras la pista de Nasser Khakhad, uno de los principales narcotraficantes del país. En Irán la posesión de droga es penada con la pena de muerte sea la cantidad que sea, por lo que los narcotraficantes distribuyen a lo grande, siendo la venta de crack una de las mayores lacras del país.
La cinta destaca por su narración, con un potente inicio y un ritmo que se mantiene sin bajar el nivel hasta el final. Ayudado por un excelente montaje y una música climática (Peyman Yazdanian), se produce un no parar de escenas que llevan a otra cosa que consiguen que la película obtenga esta velocidad de buen thriller. Si bien, puede ocurrir que lleguemos algo cansados a su final, pues en su última parte la resolución parece estirarse varias veces.
Los personajes están muy bien construidos (el guion lo escribe el propio director), y si bien la película quiere que veamos tanto la humanidad como las terribles sombras de los dos bandos, no la ensambla de tal manera que se vea como un todo, sino que según el minuto de la película cambia la mirada hacia unos y hacia otros, lo cual no me satisface. Aun así, abstrayéndonos del momentum, y haciendo una reflexión general, sí que consigue que veamos esas dos caras de cada uno pese a no ser encajadas a la perfección.
La ley de Teherán Juega con la ambigüedad de la posible corrupción policial, siendo una de las inquietudes de la trama. Aunque por encima de todo, como buena película sobre le narcotráfico, reina la intriga de saber si los agentes podrán alcanzar al jefe del tinglado.
Vemos durante todo este thriller un retrato de las miserias de la sociedad iraní, lo que es un claro canto de denuncia tanto a su sistema policial y judicial como a la pobreza y al egoísmo de su sociedad. Y por supuesto, es también una protesta a la pena capital todavía vigente en el país medio oriental.
Hay que destacar la performance de Peyman Moaadi, aunque son notables las actuaciones de todos, tanto de los protagonistas como de los secundarios que aparecen puntualmente. Y es que esta crudeza intrínseca de la película se ve reflejada también en esa oscuridad que todos los intérpretes dotan a sus personajes.
También hay ciertos planos, angustiosos, que sobrecogen por su composición formal, y por la utilización dinámica, pero sin excederse, de la cámara. La película produce en varias ocasiones una sensación de angostura, asfixia y avocación a la tristeza y al descreimiento muy acorde a la temática del filme.
En conclusión, es un thriller que cumple con el espectador, y que a la vez refleja una cuestión muy problemática de un país. Hay que seguir muy de cerca la carrera del director iraní, pues en el Festival de Cannes celebrado el mes pasado obtuvo el Premio FIPRESCI por Leila’s Brother, que aun no tiene fecha de estreno en España.